jueves, 3 de mayo de 2012


Patricio Valdés Marín



El cambio social se debe a la acción de fuerzas políticas, económicas, culturales y tecnológicas. Éstas se fundamentan en la necesidad por parte de los individuos de supervivencia y reproducción, de solidaridad y cooperación y de libertad y autodeterminación. Esta evolución produce la estructuración social y política. Históricamente, en el mundo occidental esta estructuración ha sufrido una doble tensión: 1. entre una concepción que privilegia la acción del Estado para promover la felicidad o el bienestar de los individuos y otra que entiende que los individuos saben qué les conviene más, al tiempo de otorgar al Estado únicamente la función de proteger sus propios derechos, y 2. entre una concepción que busca en el Estado la promoción de los intereses de su clase y otra que considera la igualdad jurídica y de oportunidades de todos los individuos.


La sociedad en evolución


Analizar las distintas formas posibles de estructuras sociopolíticas es tomar un punto de vista demasiado estático, considerando que éstas han evolucionado desde las primitivas tribus cazadoras y recolectoras hasta nuestras modernas sociedades industrializadas, pluralistas y relacionadas globalmente. Tampoco una explicación adecuada para el cambio puede suscribir teorías lineales, cuyo primer exponente fue Platón (428 a. C. - 348 a. C.), quien, para explicar la evolución de las formas internas de principios y valores políticos, estableció una secuencia en orden decreciente de perfección –o creciente de imperfección– que comienza con la timocracia (gobierno del valor y el honor), sigue con la oligarquía (gobierno del dinero y la avaricia), y después con la democracia (gobierno del desorden y la arbitrariedad), para llegar a la tiranía (gobierno del miedo y el crimen). Para él el gobierno perfecto es el de la razón y es conducido por un rey filósofo. Más tarde, Polibio (210 a. C. - 125 a. C.) supuso que la secuencia es cíclica y corresponde a monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia, oclocracia anárquica, y nuevamente monarquía..., y está, según él, más de acuerdo con la realidad. En fin, de ningún modo se pueden aceptar los mitos milenaristas que suponen que la humanidad terminará en un estado de paz y armonía, similar a un legendario comienzo primigenio, como propugnó el marxismo, que suponía que la última etapa de la lucha social era el establecimiento del comunismo mundial, que la humanidad vaya a ser regida por la raza aria o por los descendientes de Jacob, ni tampoco que la historia humana como lucha entre ideologías ha llegado a su fin, como postuló, en 1989, Francis Fukuyama (1952- ) para defender el neoliberalismo, omitiendo que es también una ideología.

Sin duda, además de la económica, ha existido una cantidad de fuerzas distintas que han operado para hacer posible las estructuras sociales y políticas tan complejas como las actuales y que han actuado cada una a lo largo de su propio eje. Y las fuerzas actuantes no han sido de la misma magnitud ni han actuado siempre con la misma intensidad. También, durante la evolución experimentada por la estructuración social y política se han traspasado escalas de cada vez mayor complejidad en un proceso que sería ilusorio indicar qué escalas se llegarán a estructurar en el futuro. Y por otra parte, tal como fue evidente para Platón y Polibio en sus respectivas épocas, la estructuración es susceptible de sufrir regresiones que son más grandes mientras mayor sea la escala estructurada. Es posible la regresión al “salvajismo” si, por ejemplo, a causa de una catástrofe el capital y el conocimiento acumulados fueran perdidos y los valores éticos complementarios desplazados. La estructuración no es necesariamente lineal ni unidireccional, tampoco evoluciona dentro de una misma escala, pues las fuerzas y las condiciones que la determinan son múltiples y variadas.

Las fuerzas fundamentales en toda estructuración sociopolítica deben buscarse en las distintas funciones individuales de los seres humanos y que podemos agrupar en las siguientes aspiraciones o ansias: supervivencia-reproducción, solidaridad-cooperación y libertad-autodeterminación. Estas inclinaciones son sólo posibles dentro de una estructura social, que es oportunista y se organiza para explotar los recursos requeridos para satisfacerlas. En este sentido, una estructura sociopolítica es un todo de relaciones de autoridades, jerarquías, lealtades, fidelidades, responsabilidades, disciplina, educación, normas éticas y jurídicas, ethos culturales, etc., destinada a la satisfacción de los anhelos existenciales de sus integrantes.

No obstante, es posible observar en la historia que la estructuración sociopolítica no tiene por objeto generar necesariamente progreso respecto a la moral y a los valores más profundos y permanentes. Esto pertenece a la estructuración personal de cada ser humano y es un derecho humano que se debe respetar. Podemos observar que grandes hombres emergen en lugares de gran pobreza y grandes progresos materiales van acompañados de mucha decadencia moral. Se debe reconocer, sin embargo, que una autoestructuración personal es imposible en condiciones de insuficientes medios materiales, donde reina la guerra, el hambre, la peste y la muerte. Ciertamente, en condiciones donde no es posible la subsistencia social, menos lo será la supervivencia individual.

Las fuerzas que promueven el cambio social y político se pueden agrupar en ejes culturales-políticos y económicos-tecnológicos. Sin pretender agotarlas todas, se pueden mencionar entre las fuerzas culturales-políticas las siguientes: una creciente identidad individual que acompaña al crecimiento de la conciencia de sí y que se va distinguiendo de la primitiva identificación del individuo con el rol desempeñado en su tribu; una creciente libertad individual para determinar su propio destino, cada vez más independiente de la tradición, la autoridad y las costumbres; una creciente educación para una creciente mayoría; un control y consolidación territorial hasta marcar las fronteras actuales, ya completamente definidas, dentro de las cuales no queda virtualmente territorio sin ocupar y sin ser controlado por algún Estado; una creciente institucionalización del poder político; una tendencia hacia el pluralismo, el respeto y la tolerancia; una tendencia hacia el intercambio y la cooperación internacional; un poder político al servicio, no de privilegios, sino de una mayoría cada vez más grande.

El ideario de la Revolución Francesa resumía en “libertad”, “igualdad” y “fraternidad” el rechazo al Ancien Regime. Fue una sentida oposición al absolutismo, a los privilegios y a los tres estados que dividían la sociedad. En el siglo siguiente, fue muy difícil consolidar en una sola institucionalidad estos tres anhelos. Por el contrario, surgieron distintos movimientos que los encarnaron como liberalismo (libertad), socialismo (igualdad) y nacionalismo (fraternidad), los que, agregando a los monárquicos y republicanos, dieron una compleja coloratura a los conflictos políticos y sociales subsiguientes.

También el desarrollo social y político ocurre gracias al desarrollo económico y tecnológico. Ciertas formas y prácticas políticas llegan a ser posibles sólo cuando las necesidades básicas para la supervivencia están aseguradas y se libera gran parte de la fuerza de trabajo destinada a la explotación de los recursos básicos. La revolución industrial precedió a la democracia. La posibilidad de concebir el Estado en función de la libertad de los ciudadanos se materializa sólo cuando hay abundantes alimentos, ocio y educación para la gran mayoría.

El desarrollo económico que catapulta el desarrollo sociopolítico depende de la acumulación de capital y de conocimientos tecnológicos. Pero podemos constatar que esta acumulación y estos conocimientos son tan cuantiosos como mal distribuidos. En la actualidad los más ricos ejercen individualmente un poder que cada uno de los más ricos podría holgadamente competir con el poder de muchos Estados juntos. Dentro del eje económico están la disponibilidad de recursos y el capital para obtenerlos. A su vez, el eje tecnológico va de la mano con el económico para la obtención y la maximización de recursos y la suplantación de mano de obra costosa. La pregunta del millón es cómo tener acceso al capital y a la tecnología para conseguir el anhelado desarrollo sociopolítico.

Desde la aparición del homo sapiens, la estructura sociopolítica ha estado experimentando un continuo desarrollo, el que se ha acelerado en el tiempo hasta adquirir en la actualidad una velocidad vertiginosa. Este fenómeno es posible observarlo en la actualidad, pues las sociedades no evolucionan al mismo ritmo, existiendo aún hoy comunidades que viven en el paleolítico.

Consideremos, por ejemplo, la relativa sencillez de las estructuras social y política de las comunidades tribales de cazadores-recolectores. La misma limitación cultural y de recursos impide una manifestación social y política más compleja. La actividad demandada por la supervivencia consume prácticamente la totalidad de las energías disponibles. La guerra constituye un lujo si no rinde dividendos inmediatos; puesto que casi no existen riquezas que codiciar (excepto por las hembras y los cotos de caza y áreas de recolección), la guerra pudo haber sido una actividad prácticamente desconocida en muchas zonas geográficas. El limitado conocimiento tecnológico restringe la obtención de los recursos de la naturaleza. Aquello que está más a mano, como piedras, madera, fuego, cuero, hueso, arcilla, hierbas, etc., constituye la totalidad de la materia prima disponible. Los productos son simples y bastos. La economía se reduce a contadas actividades: caza, pesca y recolección. La estructura social tribal es bastante homogénea y poco jerarquizada, existiendo una diferenciación sexual en el trabajo y el hogar: los hombres atienden predominantemente las tareas de la caza y las mujeres y niños, las de recolección.

Un salto de escala en la estructuración social y política ocurre con la economía basada en la agricultura y el pastoreo. Estas dos actividades, que fueron verdaderamente revolucionarias a partir de hace diez mil años atrás, permitieron la obtención de mayor energía con menor trabajo. Los animales no se cazan, se crían; los granos, tubérculos, hojas y frutos no se recogen, se cultivan. Puesto que los animales, la tierra, el agua y los implementos agrícolas son determinantes en la funcionalidad de esta economía, aparece la propiedad sobre los medios de producción y sobre las riquezas obtenidas por el trabajo y la acumulación primitiva de capital. La estructura social, en especial en los pueblos agrícolas, se desarrolla en clases sociales funcionalmente diferenciadas: política, sacerdotal, militar, artesanal, campesina, pastoril. En etapas más desarrolladas de la técnica y la acumulación del capital surge una cantidad de oficios especializados: escribas, mineros, herreros, carpinteros, canteros, marinos, tenderos, mercaderes, soldados.

La agricultura y la ganadería demandan mayor organización y protección política. Se estructura naturalmente un poder político de reinos con castas sacerdotales rodeando el trono. El dios o el rey dios aglutina el pueblo, le da dirección y le da identidad mediante una mitología y un ritual, y aparece la legislación. A través de la conquista de reinos vecinos, más débiles, se estructuraron imperios. Estos estaban basados en el poder militar. Caracterizados por levas militares y colectores de impuestos, eran monarquías autocráticas. Los conquistadores invocaban principios religiosos para santificar y legalizar una autoridad cimentada sólo en la fuerza. La estructuración social de los imperios estaba formada por castas que se escalonaban desde el sacerdote y el guerrero hasta el esclavo. Antes de la era industrial, esta estructura era estable y se reforzaba por el mito religioso que aseguraba que cada individuo cumplía en su respectivo estado una función según el designio divino que había de transmitir a su descendencia. 

Un incremento en la capitalización y la tecnología incide proporcionalmente en el aumento de la población y en el uso de los recursos naturales, y la geografía no se haya ajena a ello: la disponibilidad de territorio llega a ser crítica. Los individuos de los pueblos cazadores recolectores necesitaban caminar diariamente unos 20 kilómetros para encontrar el sustento, y una tribu de unos treinta individuos requería unos 700 kilómetros cuadrados de territorio. Con la agricultura, esta misma superficie sustenta a unos trescientos mil individuos. En el siglo XIX, la productividad de los indios norteamericanos de las praderas simplemente no pudo hacer frente a la de los agricultores europeos. Un mejor uso del territorio fuerza a una mayor protección y seguridad, y recíprocamente sostiene mayor población para esta nueva función política y estratégica. Cuando al territorio se le invierte capital en infraestructura productiva y urbanización, y además contiene otras riquezas naturales, sus habitantes necesitan encontrar prontamente la forma de protegerlo en forma efectiva contra invasores o dominadores, destinando a la defensa una mayor proporción de la riqueza obtenida.

Con el estado actual de la tecnología, el capital y la población los territorios despoblados o con poblaciones que hacían un uso muy limitado de sus recursos se agotaron, y cada Estado se ha visto forzado a defender sus propias fronteras y a subsistir con lo que cuenta en su propio territorio, poniéndose al día en las reformas políticas, económicas y sociales. La primera mitad del siglo XX fue testigo del esfuerzo de potencias de segundo orden para crecer a costa de sus vecinos, exagerando el nacionalismo. Con la Guerra Fría, para subsistir los Estados debieron alinearse a una de las dos superpotencias que emergieron, mientras las antiguas potencias eran incapaces de sujetar a sus colonias. En la actualidad, ante la menor competitividad y eficiencia del capitalismo estatal y nacional, los Estados están otorgando todo tipo de garantías al capital privado, ahora internacional y transnacional, para atraerlo. Éste, que ha crecido y se ha concentrado a niveles imposibles de imaginar hasta hace algunos lustros, y sigue creciendo y concentrándose, busca buenos negocios, en tanto los Estados procuran que el máximo de beneficio de la actividad económica logre quedar en el país en forma de ingresos por un trabajo que se procura que sea cada vez más capacitado, y por venta de recursos naturales.

Desde la Revolución Industrial la estructura sociopolítica ha estado experimentando un progresivo y veloz cambio de escala de magnitud nunca antes visto. Gran parte de la discusión ideológica en el terreno económico, que en el pasado reciente se daba entre conservadores y liberales, se está librando en gran medida entre neoliberales y medioambientalitas. Esta discusión puede tornarse vana frente a la inédita fuerza desencadenada por la gigantesca acumulación de capital y conocimientos tecnológicos, generadores del acelerado cambio en todos los ámbitos humanos, mientras la biósfera se va destruyendo a pasos agigantados.

Marx puso realmente el dedo en la llaga cuando señaló que la propiedad resume cuál es el centro de gravedad del poder político, ya sea como autoridad que busca establecerse o como liberación de la autoridad establecida. El feudalismo tuvo el menguado mérito que con el sistema señor-vasallo nadie se podía erigir en propietario absoluto. En cambio, desde que el feudalismo fue superado por los propietarios burgueses, el empresario ha conseguido la propiedad absoluta de su empresa, lo que lo convierte en amo y señor con autoridad casi absoluta sobre los trabajadores, a quienes se los deja competir libremente para ocupar los limitados y esclavizantes puestos de trabajo disponibles. El grupo de propietarios de un país, organizado colectivamente, o constituye una oligarquía conservadora y privilegiada cuando domina el Estado o es liberal que favorece la libre empresa y el libre mercado cuando pasa a la minoría. En ambos casos, buscan consolidar la propiedad privada del capital hasta el máximo límite posible, elevando el derecho de posesión privada lejos por sobre los derechos a la vida y la libertad. Sólo el socialismo se constituye en amenaza, ya sea seria o meramente ritual, a la propiedad privada del capital. 


Génesis del concepto de Estado


Desde su propio mundo en una pequeña y autónoma polis griega de la antigüedad Platón generó una importante corriente de pensamiento político, la que ha tenido una influencia decisiva en la estructuración de la teoría política de la cultura occidental. En un mundo en que se alternaban los distintos sistemas políticos, concluyó que la política forma parte de la moral y que el comportamiento del individuo es producto de la estructura política. Creyó que la política es la estructuración destinada a la realización de la vida buena (areté en griego, virtus en latín) de los individuos, siendo ésta la finalidad de la existencia humana y que permite establecer una sociedad de justicia. Supuso que las mismas cualidades morales que caracterizan al hombre bueno son también las que aseguran la vida armoniosa del grupo. Concluyó que la función esencial de la acción política es moral, consiguiendo que los individuos sean buenos, y con ello lograr una sociedad armoniosa.

Pero si no se llega a obtener la vida virtuosa, es porque hay carencia del conocimiento adecuado para alcanzar dicho fin. Sin embargo, es posible descubrir, mediante la reflexión sistemática, el camino que se debe seguir para lograrlo, aunque ello no asegure necesariamente que todos lo sigan. El camino correcto es la obtención de la verdad. Esta no sólo puede ser conocida, sino que es única y suprema y rige sobre la moral, la ética y el orden social. Esta teoría del conocimiento ha dado origen a una postura ideológica aristocrática, en cuanto pocos (los mejores) pueden conocer la verdad y regirse y actuar según los ideales de conducta. Conociendo la verdad y llevando una vida virtuosa, pueden en consecuencia dirigir y reformar al resto de individuos viciosos. La república ideal de Platón surge cuando el filósofo es también soberano, con lo que unía el poder con el saber.

Así, los dirigentes políticos, los aristócratas, imbuidos de sabiduría, saben lo que conviene a un pueblo que carece de toda capacidad para decidir según su conocimiento, pues su indolencia natural les impide pensar correctamente. De esta manera, sólo la autoridad política, plena de sabiduría, puede establecer normas morales objetivas, siendo su deber educar al pueblo de acuerdo a las normas dogmáticas de lo correcto, y castigar, incluso eliminar, a quienes incurren en error. La creencia de Platón de que algunos pocos pueden saber en qué consiste la vida buena, verdadera y justa y, por lo tanto, conocer qué es lo que le conviene al pueblo, ha sido decisiva en estructurar ideologías políticas, tanto de ultraderecha como de ultra izquierda, como el nazismo, el marxismo, el comunismo, el fascismo, etc., que llaman a la acción pretendiendo que hacen lo que más conviene al pueblo y sin tener, en su suprema arrogancia, el menor respeto por la experiencia, el conocimiento, los valores y la libertad individuales.

Con el cristianismo las ideas correlacionadas de pecado y redención, al sobreponerse de cierta manera a la distinción griega entre ignorancia y sabiduría, establecieron a la Iglesia por sobre el Imperio Romano en cuanto significación y autoridad, hasta llegar a disputar al poder secular el papel de árbitro final en el ordenamiento del hombre y la sociedad. Las ideas expresadas en La República por Platón fueron llevadas a cabo por la jerarquía eclesiástica cuando se estableció la Iglesia imperial, con el emperador Constantino (272-337). Desde el mismo fin del Imperio Romano y el comienzo de la Edad Media el propósito de la Iglesia se expresó en una metáfora política: la edificación del Reino de los Cielos en el mismo mundo. San Agustín (354-430), arquitecto de la Cristiandad, sostuvo que la única función del poder civil es proteger a la Iglesia, deber que lo justificaba, en tanto la función de ésta, como su misión divina, es reincorporar al pecador en la sociedad divina. Con ello la función del emperador quedó restringida a constituirse en defensor de la fe.

En la prolongación medieval de esta teoría política la tradición del gobierno imperial y la experiencia de la incorporación al cuerpo místico de Cristo se constituyeron en los dos grandes temas. A la autoridad imperial se le confirió el universalismo de la Iglesia. “El gobierno humano deriva del gobierno divino, y debe imitarlo”, escribía santo Tomás de Aquino (1225-1274), inmerso en su majestuosa cosmovisión que unificaba, entrelazando, las leyes divinas, naturales y positivas. La función propia del poder secular consiste en asegurar la paz y el orden dentro de los cuales puedan los fieles proseguir tranquilamente su peregrinación temporal por este mundo.

El Renacimiento se caracterizó porque comenzó a redefinir la función del poder político a partir de la nueva definición de la función del ser humano que entonces empezaba a formularse con fuerza. Las duras condiciones de supervivencia individual que caracterizaron al medioevo habían comenzado a aliviarse en algunas conspicuas regiones de Europa. La densa red jerárquica de relaciones interpersonales de protección - servicio entre señores y vasallos, que constituía el feudalismo y que formaba parte del grandioso esquema de la Cristiandad, comenzó a desarmarse frente a la aparición de las monarquías autocráticas y al aumento de la seguridad ciudadana y de la riqueza de comerciantes y burgueses. 

Del rompimiento de los vínculos medievales emergió el individuo; pero este individuo, ahora liberado de ligaduras y sólo en función de sí mismo, fue colocado enseguida frente a un emergente Estado. La función de la estructura política, centrada en la salvación eterna de las almas de los integrantes de la estructura social vía la intermediación sacramental y la penitencia perdieron su urgencia, y el lugar de los afanes humanos más imperiosos fue ocupado por la posibilidad de una felicidad terrenal, centrada en el individuo, que se podía lograr a través de la riqueza, el poder y la gloria personal.

El cambio radical de la imagen que el ser humano tenía sobre sí mismo fue preludiado, en el ámbito del pensamiento político, por Nicolás Maquiavelo (1469-1527), para ser expresado más extensamente por los filósofos políticos de los siglos posteriores. La concepción de la función de la estructura política sufrió un vuelco. Ya no se le demandó que impusiera una disciplina moral a los individuos para conseguir que salvaran sus almas. Maquiavelo, por el contrario, intentó comprender en qué radicaba el juego del poder político, y sus descubrimientos los resumía en enseñanzas para el éxito de los jugadores de dicho poder dentro de la nueva concepción que adquiría la estructura política en la idea de Estado.


El Estado y el individuo


La idea de Estado fue inventada por Maquiavelo, y se refiere a la estructura que detenta el poder político. Correlacionada con esta idea surgió como su contrapartida la idea de individuo, que es el objeto del poder político. El individuo fue concebido como una abstracción de la idea de persona en lo referente a ser una unidad discreta de la estructura social que comprende otras unidades similares, y a que se encuentra enfrentado a la entidad del Estado. Con el Renacimiento comenzó una era en la que, lentamente al comienzo y con insistencia más tarde, los seres humanos exigieron mayor libertad política para que cada cual pudiera actuar en procura de su propia felicidad, mientras se condenaba la persistencia de los privilegios que provenían de antiguos derechos señoriales. El individuo comenzó a ser concebido más como sujeto que tiene por función actuar por su propio bienestar, interés y felicidad que como objeto del poder político.

Desde entonces ya no se pudo justificar tan fácilmente un Estado regido por soberanos reputados de tan sabios que conocen lo que les conviene a los individuos. Y menos por soberanos que, sin siquiera importar su sabiduría, es Dios quien manifiesta su voluntad a los individuos a través de éstos, al derivar su autoridad del mismo Dios. Sólo con el tiempo fue madurando la idea de que el Estado debe ser regido por representantes de la voluntad de la mayoría del pueblo para posibilitar la acción libre de cada cual. Fue natural que de la monarquía se llegara a la república. La idea de un Estado republicano surgió de una triple necesidad: 1º. ¿Cómo obligar al gobernante para que represente fielmente los intereses del pueblo? 2º. ¿Cómo elegir al más capaz para garantizar un buen gobierno? y 3º. ¿Cómo impedir que el gobernante llegue a corromperse con el poder?

La teoría política moderna, que surgió como reacción al poder y el privilegio establecidos, se fundó en dos supuestos generales. Por una parte, las necesidades morales de los seres humanos son las que justifican precisamente la existencia del Estado y no el Estado el que justifica la existencia de las virtudes morales de los seres humanos, como pretendió Platón. Por la otra, la vida moral de los seres humanos tiene por finalidad los goces y satisfacciones en este mundo y no en el otro, como pretendió san Agustín. Estos dos supuestos básicos chocaban necesariamente con el régimen existente, y las diferencias entre los distintos teóricos políticos abarcaron un amplio espectro, comprendiendo desde el absolutismo hasta el parlamentarismo, desde el conservadurismo hasta el liberalismo, y ciertamente establecieron el campo para las duras batallas políticas que dieron origen a nuestras modernas democracias.

Maquiavelo, exponente del Renacimiento italiano, dio el tono a la partitura. Presentó al ser humano en su individualidad, sin relación con lo transcendente e interesado puramente en la vida terrenal, y a la política como el arte de adquirir poder y conservarlo, pues el control del poder es la única justificación de la soberanía detentada por el soberano, cuya primera tarea es gobernar. Sin pretender hacer una historia de la filosofía política, resumiremos a continuación el pensamiento político de algunos destacados filósofos políticos de los siglos XVII a XIX que han sido decisivos en la estructuración de las actuales instituciones políticas. Especialmente, Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) fueron un trío de filósofos políticos de los siglos XVII y XVIII que tuvieron una enorme repercusión en el pensamiento político posterior.

Hobbes, en las postrimerías del Renacimiento, partió de un análisis psicológico del ser humano para afirmar que éste tiene por finalidad la felicidad. Para él el ser humano está integrado por dos elementos: la razón y la pasión. La primera es un instrumento de la segunda para lograr sus propósitos. En un supuesto estado primitivo natural los hombres se conducían unos con otros como bestias, lo que sintetiza en la famosa frase: Homo homini lupus (el hombre es un lobo con el hombre). Todos eran iguales en una naturaleza que daba todo a todos. La utilidad era la medida de todo derecho. La motivación social del individuo era la ambición de poder y el miedo a la derrota. En realidad, Hobbes explicaba que no veía en sus conciudadanos otro móvil de conducta que el provecho y el dominio. Supuestamente, en el estado primitivo natural la codicia y la ambición irrefrenable de todos obligaban a cada uno a permanecer con envidia y temerosamente en guardia frente a todos los demás. El derecho ilimitado de todos y de cada uno era igual a que no hubiera ningún derecho y equivalía de hecho a la guerra de todos contra todos. Pero el estado natural no era confortable ni práctico, ya que no ofrecía seguridad para el disfrute de los bienes. Los individuos se vieron consecuentemente forzados a llamar a un contrato social por el cual cada uno hizo cesión de sus derechos naturales. A continuación, idearon reglas de comportamiento que si fueran acatadas podrían beneficiar a todos y todos serían felices; y crearon por libre convención un orden, un derecho, una costumbre y una moralidad.

Hobbes encontró que este objetivo es posible si existiera un poder coercitivo, superior a todos, que para garantizar el respeto mutuo obligara al cumplimiento de las leyes. Supuestamente, el Estado surgió entonces a través de un contrato social mediante el cual cada individuo renunció a sus derechos a la defensa propia en favor del Estado, a condición de que todos los otros hicieran lo mismo, entendiendo que la seguridad y la paz son bienes mayores que la libertad. El Estado debía ser soberano para imponer el orden y ser la única fuente de derecho de la moral y la religión. El Estado sería la concentración de poder como resultado del egoísmo colectivo, y el contrato social, del que aquél surgiera como instrumento de la seguridad colectiva, nacía de los temores humanos. En el caso de la relación de los Estados se reproducía la situación del estado natural primitivo en la relación de los individuos. El egoísmo individual se llamaba ahora soberanía nacional.

Con Hobbes se instaló el pensamiento secular sobre el sentido de la vida humana, la que señala que el ser humano puede conseguir la felicidad en la Tierra, consistiendo ésta en la satisfacción lo más amplia posible de los anhelos que la “pasión” humana exige. También con Hobbes se inauguró la idea de que la finalidad del Estado es la felicidad de los individuos, es decir, la finalidad propia de los individuos justifica por sí misma la existencia del Estado. Asimismo, con Hobbes surge en toda su amplitud el individualismo, basado en el interés personal como guía de la acción humana. Por último, con Hobbes se instauró la ideología del sistema político autoritario y poderoso, que privilegia más la seguridad de los individuos para el disfrute de la felicidad que la libertad que puedan tener para buscar su propia felicidad.

La creciente burguesía, constituida por individuos que habían soltado amarras del feudalismo y que disfrutaban de un creciente poder económico, buscaba una nueva relación para los individuos con el emergente Estado y una redefinición de sus funciones. En esta burguesía en consolidación surgió Locke. Igual que Hobbes, para Locke los hombres son libres e iguales. No hay subordinación ni preeminencia. Cada uno es dueño y juez de sí mismo y todos buscan su propia felicidad. A diferencia de Hobbes que retrocedió tanto en el estado de naturaleza que imaginó fundando una moral sobre la nada, Locke presupuso una moral para que el contrato social fuera posible. De lo contrario, los individuos carecen del principio fundamental de todo derecho contractual. La ley natural del empirista Locke fue la lex naturalis de los escolásticos. En contra el Leviatán de Hobbes, Locke propuso el Gobierno civil.

Locke, en el mundo anglosajón, y Rousseau, en el continente europeo, aparecieron para estructurar las nuevas ideas políticas en demanda. Ambos emplearon el metafórico “estado de naturaleza”, el primero para indicar una comunidad natural de intereses como sustrato necesario de todas las relaciones humanas, y el segundo para destacar la vida libre del individuo en la naturaleza, contrastándola con la vida esclavizada de la sociedad civilizada. Ambos habían prescindido de la enseñanza tradicional del Génesis bíblico y su relato del Paraíso, pero tenían presente los descubrimientos del Nuevo Mundo y los pueblos salvajes. Ciertamente, los conocimientos actuales de paleo antropología y prehistoria no estaban disponibles en aquella época, por lo que el estado de naturaleza primitivo no otra cosa que una ficción empleada para precisar la esencia, el origen y el fin del Estado. Locke tuvo tal estado primitivo natural por efectivamente histórico. En ambos, el estado de naturaleza ilustra las características permanentes del individuo: los derechos para Locke, la libertad para Rousseau. En contra de Platón, quien sostenía que el objeto de la sociedad debe ser hacer más virtuosos a los individuos, ambos pensaban que una sociedad justa depende de individuos virtuosos, con dominio en sí mismos. Ambos sostuvieron que el poder político debe ser limitado por la ley, la que además, para Rousseau, debe ser controlada por la voluntad general en una sociedad que posee un interés común y en la cual reside la soberanía. Ambos fueron ideólogos de la democracia burguesa, pues consolidaron la defensa del derecho a la propiedad privada, base del poder de la burguesía.

En contra de la idea de la posesión de la verdad absoluta por los mejores de acuerdo con Platón, pero suponiendo que la verdad existe, Locke propuso que ésta va surgiendo progresivamente a través de la experimentación. Así, mientras el platonismo tiende hacia el colectivismo con un fuerte poder central y también hacia un orden cerrado, el empirismo de Locke se inclina hacia el individualismo, la tolerancia, la libertad individual y también hacia un mundo abierto. Lo que fue distintivo en él fue que el principio que fundamenta la limitación de la soberanía del poder civil son los derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad. Esta “ley natural”, que obliga a todos, es la recta razón que indica a cada cual que debe mirar a los otros seres humanos como libres e independientes, que no debe ocasionarles molestia alguna en su vida, salud, libertad y propiedad. Entendió que la propiedad es la posesión exclusiva del individuo y no lleva obligación alguna. Supuso que la posesión de propiedad es una condición necesaria para ejercer la libertad. El poder civil de este Estado contractual no sólo no suprime el privilegio de la propiedad, sino que surge sólo para el mantenimiento de dichos derechos, pudiendo ser disuelto en cualquier momento en que los viole. El Estado no es algo “por naturaleza”, sino que surge exclusivamente de la voluntad de los individuos y de sus libres pareceres personales. Es la suma de ellos. El Estado se hace necesario para superar el estado natural primitivo, donde cada uno es su propio juez, lo que es una amenaza de una guerra de todos contra todos. Para contrarrestar la supremacía absoluta del Estado y limitar su autoridad, se le declara originado por la voluntad de los individuos y vinculado esencialmente a dicha voluntad.

Pero Locke no se ocupó de pensar en las obligaciones naturales, esto es, los deberes sociales, y olvidó que la libertad contractual jamás es genuinamente libre mientras las distintas partes contractuantes no lleguen a poseer igual fuerza para negociar, igualdad que se basa necesariamente en condiciones materiales similares. El contrasentido de la defensa del derecho de propiedad, como fundamento de la libertad. También Locke olvidó que la riqueza no se obtiene sólo por el esfuerzo individual, sino que a través del esfuerzo colectivo.

El individualismo político de Locke se revela particularmente en tres aspectos: 1. El poder político, a diferencia de Hobbes, puede ser en todo tiempo reasumido por los individuos, pues los derechos naturales del hombre son inalienables. 2. El Estado no tiene otra misión que el servir a los individuos y velar por su común bienestar, particularmente su propiedad, que nunca podrá enajenar sin el consentimiento de los súbditos. 3. Finalmente, para cortar todo abuso contra los intereses de los individuos, el poder político deberá desglosarse en un poder legislativo y en un poder ejecutivo. Ambos poderes deben mantenerse equilibrados como los platillos de una balanza, para así mutuamente frenarse.

Tanto contra los privilegios y tiranías como contra la noción de hombre, definido como un ser racional, egoísta e individualista, que prevalecía en su época, Rousseau, adoptando una perspectiva sentimental y romántica, lo describió como un ser emocional cuya naturaleza más íntima está constituida por simples sentimientos morales y gustos estéticos, cualidades que son desfiguradas por las exigencias de la civilización. El hombre puede pasar del estado de la naturaleza al acatamiento de las leyes de un Estado que represente la “voluntad general”. La voluntad general la concibió como soberana, distinta del interés general y el deseo del individuo. Une a la comunidad en una acción con un propósito común determinado por el libre espíritu de solidaridad. Así, sobre los fundamentos románticos e irracionales de la voluntad general, Rousseau erigiría el sistema racional de las instituciones representativas.

Estos pensadores políticos fueron precursores de la Independencia estadounidense y de la Revolución francesa, la cual trastrocó la monarquía por la república y la tutela por la libertad. También fueron decisivos para los distintos movimientos independentistas hispanoamericanos. La clave para entender estos acontecimientos políticos es el cambio operado en la concepción tanto del Estado como del ser humano. De ser concebido únicamente como el medio para garantizar la paz y el orden a través de la defensa del territorio, que venía a ser como el patrimonio del señor feudal, y la sujeción de los individuos, a partir de los pensadores políticos desde Maquiavelo en adelante, el Estado pasó a ser concebido como el medio para promover el bienestar de los individuos.

El trasfondo para este cambio en la concepción de la estructura política lo constituyó la expresión de un cambio cultural importante en pleno desarrollo. En efecto, la burguesía estaba en ascenso. Además, esta clase social era letrada y experimentaba los beneficios del comercio y la industria. Precisamente, estas actividades requerían el concurso activo de un Estado que no favoreciera únicamente el privilegio de la nobleza. Pronto se comprobó que el despotismo ilustrado, respuesta del orden vigente a las nuevas inquietudes, tenía un cariz muy platónico, aristocrático y tradicional, no consiguiendo estructurar un Estado más liberal en concordancia con el afán burgués. Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII no tardaron en imponer el nuevo orden.

La ideología burguesa-liberal que se implantó, y que sigue rigiendo con fuerza en las democracias burguesas de la actualidad, sobre valoró al individuo frente al Estado, de modo que el segundo se hizo funcional a los derechos individuales. Supuso que el Estado es creado posteriormente, por convención, a la existencia de los individuos con el propósito principal de garantizar las libertades individuales y la propiedad privada. Así, el Estado no tiene otros derechos y facultades que aquellos que los individuos le confieren expresamente, los que consisten, en este caso, en reconocer y defender estos derechos preexistentes. El resultado es que el Estado, reducido a estas funciones, no puede intervenir sobre las libertades individuales y la vida económica basada en la propiedad privada.

Es claro que el fundamento filosófico-jurídico de la escuela liberal y su doctrina del laissez-faire contiene profundos errores. 1. Es falso que haya existido un “estado de naturaleza” anterior a un supuesto “contrato social” y al subsiguiente nacimiento del Estado. Los seres humanos somos seres sociales solidarios, cooperadores, que generamos nuestras autoridades. Así es nuestra condición genética como resultado de la larga evolución biológica del género homo. 2. Es falsa la noción individualista que concibe la libertad tan sólo como individual y la propiedad tan sólo como privada. Esta libertad individual que requiere bienes privados para conseguir la felicidad exclusiva sólo puede beneficiar de hecho a un número reducido de privilegiados egoístas. 3. Es falso que el Estado se origine en un “contrato social”. El Estado no es más que la estructuración del liderazgo tribal para una sociedad más compleja que la tribu.

La idea de un Estado que se justifica según los fines de los individuos, en consonancia con Hobbes, fue acentuada más tarde por el utilitarismo de Jeremías Bentham (1748-1832), y fue el resultado de la idea de que la finalidad propia de los individuos es una felicidad terrenal. Como vimos, la felicidad como finalidad de la vida ocupó el lugar central de los objetivos que propuso la cultura a partir del Renacimiento y, en especial, de Hobbes, y fue sin duda radicalmente distinta como finalidad del ser penitente del medioevo. Esta idea fue un paso importante con respecto a los epicúreos del siglo III a. C., quienes buscaban sólo el máximo placer y el mínimo dolor, o a los estoicos, contemporáneos con éste, que para evitar el dolor preferían cultivar la indiferencia con desdeñosa indolencia.

Bentham pensaba que el Estado debe procurar la mayor felicidad al mayor número de individuos. Lo útil es lo que conduce a la felicidad. Siendo que el ser humano sólo posee experiencias directas de placer y dolor, las demás sensaciones derivan de éstas. La felicidad es el placer de duración prolongada. Bentham sólo expresaba el sentir de una corriente intelectual mayoritaria que estaba dispuesta a trastocar la felicidad por la libertad, sin caer en cuenta que la felicidad más plena proviene justamente del ejercicio pleno de la libertad. En efecto, pensemos que la verdadera felicidad es sinónimo de acción intencional para la cual sus condiciones fundamentales son la libertad y un propósito correcto. Es fácil confundirla con la posesión de condiciones que probablemente facilitan ejercer la libertad, como la riqueza y el poder. Pero a menudo estas condiciones obstaculizan ejercer la libertad. Usualmente sus poseedores resultan ser esclavos de estas condiciones.


Del socialismo al totalitarismo


La forma de cómo el Estado puede promover la felicidad entre los individuos dio origen a las ideologías socialistas del Estado de bienestar. De ahí que de las ideas de Estado e individuo surgidas en la Edad Moderna brotaran tanto el individualismo como la clase social y el totalitarismo. El problema de suponer que la realización personal se cumple con la satisfacción de los anhelos individuales de supervivencia y reproducción lleva a pensar que la función del Estado, o de la sociedad civil, es procurar los medios para satisfacer aquellas necesidades. El problema que sigue lógicamente es que si se omite una transcendencia ulterior, la persona queda reducida a ser sólo individuo y, alternativamente, a ser sólo parte de un Estado que se transforma en un todo que puede instrumentalizar a sus componentes con el objeto de incrementar su poder y dominar a otras naciones.

Carlos Marx (1812-1878), más que heredero del pensamiento político de Hobbes y Locke, lo fue de J.G.F. Hegel (1770-1831) y su “dialéctica”, pero también estaba imbuido en la cultura de su siglo. Suscribiendo la teoría de Rousseau de que la humanidad vivió en su comienzo en un estado comunitario primitivo, Marx creyó que este estado se vio alterado posteriormente por la división de clases antagónicas. Supuso que la humanidad se encamina nuevamente hacia un nuevo comunitarismo sin clases después de la necesaria apropiación revolucionaria de los medios de producción, supuesto causante del antagonismo. Más que aceptar que el fin del orden político es la felicidad de los seres humanos, y que los seres humanos necesitan liberarse de las coerciones, él deseaba ver realizada la síntesis histórica del término de la lucha de clases, pues, así, el proletariado podría asegurar la alimentación y los beneficios de una sociedad igualitaria. No buscaba la mayor felicidad para el mayor número de individuos, como Bentham, sino una felicidad igualitaria hasta donde fuera posible.

En realidad, la filosofía marxista forma un todo coherente de escalas de pensamiento y acción que son inclusivas. La acción revolucionaria se estructura a partir de la lucha de clases; la revolución, sobre la teoría económica de la plusvalía; esta teoría, sobre la interpretación económica de la historia; dicha interpretación, sobre la concepción de la lógica o dialéctica marxista hegeliana, y esta última se organiza sobre una metafísica materialista.

Pero cada una de estas escalas tiene serios problemas de demostración y la metafísica materialista no queda ajena de una crítica. Así, Marx, discípulo contradictor de Hegel, es no sólo deudor de su maestro por el método dialéctico, también lo es por la reducción de la historia a una sola línea argumental. Si para Hegel esta línea es el Estado, para Marx, jactándose de haber invertido los términos de la dialéctica hegeliana, la línea se redujo a los medios de producción económica. Ciertamente, el apuntar a la economía como explicación de la historia es andar por el camino correcto, pero parcialmente en cuanto a que el cambio social lo tiene solo como a uno de sus grandes motores. También es explicable que su interpretación de la historia se convirtiera en una doctrina social y política que fue muy popular para predecir –erróneamente– el destino inmediato de la sociedad capitalista.

Para Marx la dialéctica de la historia es la lucha de clases. “La historia de toda sociedad existente hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases”. Así comienza su Manifiesto comunista (1848). Aunque se cambie de nombre, la relación entre clases antagónicas ha sido siempre la misma: unos son opresores y otros oprimidos. Según Marx toda sociedad está presidida por esta lucha, cuya causa debe encontrarse en las diferencias de relación con los medios productivos, y que se resuelve en un proceso histórico-dialéctico.

Marx descubrió que los medios de producción a través de la historia, desde los tiempos de la caza y recolección, pasando por las artesanías, la agricultura y la ganadería, hasta llegar al maquinismo, determinan no sólo fuerzas productivas, sino también relaciones de producción. Cuando la propiedad de los medios de producción es individual, las relaciones de producción que crean las sociedades son antagónicas, como amo-esclavo, señor-vasallo, capitalista-obrero. La propiedad individual de la era del maquinismo, aparecido en plenitud en su propio siglo, fue vista como causa de la formación de grandes masas de asalariados sobre los que se ejercía la explotación de una minoría propietaria de las máquinas.

Probablemente, la teoría política desarrollada por Marx pertenece a un nivel de estructuración más bien compatible con una mentalidad preindustrial. La actitud de Marx fue en cierto modo conservadora. Frente al surgimiento del proletariado industrial, él quería volver al ideal de una sociedad rural y artesana, pues tenía como modelo la comunidad agraria con la cual soñaban los utópicos agrarios en una época de transición a la industrialización.

Para Marx el factor determinante de la dialéctica de la historia son los modos de producción. Por modo de producción entendió las técnicas determinadas empleadas en producir y distribuir lo producido que prevalece en una época y, más sintéticamente, a la diferencia entre la fuerza muscular y la fuerza motriz. De ahí que la causa del cambio social sea la invención, pues transforma los modos de producción. En cambio, la ley, la ética y la religión son factores que funcionan para preservar el sistema establecido y defender las relaciones establecidas con los medios de producción. Incluso las acciones de los políticos están condicionadas por el sistema y no aportan nada a la transformación social. Por ello, el factor económico aparece como condicionante de todas las manifestaciones culturales y de todas las acciones humanas.

El fin último de su dialéctica es la Revolución. Atrapado en el hegelianismo, no vio más que una salida a tal situación. El día en que los obreros de todo el mundo se apropien de los medios de producción se habrá resuelto para siempre la contradicción dialéctica histórica fundamental entre explotadores y explotados, pues quedará instalada una sociedad sin clases o comunista.

En la contingencia de su época, al defender al proletariado, establecía a la burguesía como el enemigo que debía ser destruido como clase social. Partió de la concepción liberal del Estado para desear ver justamente su aniquilación irremediable a través de la acción de la dialéctica histórica. El Estado aparecía para un liberal como una autoridad coercitiva, pero para Marx el Estado burgués lo hacía además como una entidad que funciona en el interés exclusivo de la clase dominante. Percibiendo al Estado como una “superestructura” o agregación artificiosa y forzada a la estructura social, sostuvo que tal Estado debía ser abolido. A la dictadura de la burguesía, como él percibió al Estado, se le debía oponer la dictadura del proletariado, que él concibió como una breve etapa destinada a derrocarla para establecer a continuación la sociedad internacional sin clases, que es el comunismo.

Para Marx el comunismo se distingue de todo otro tipo de organización social, porque ya no existiría allí la lucha de clases. La propiedad sobre los medios de producción produce la diferencia entre explotadores y explotados y origina la diferencia de clases. Al ser ella abolida por la dictadura del proletariado, se da término a las diferencias de clases y también a la lucha de clases que las diferencias generan. El Estado, creado justamente para proteger la propiedad, desaparecería por innecesario.

La clase social de Marx oculta al individuo que se sumerge en ella, a la manera como la Razón universal de Hegel engloba la existencia intranscendente de una sencilla razón humana. El individuo no cuenta frente a la clase. El proletariado es una clase social que tiene un destino glorioso cuando venza y destruya la burguesía en la épica revolucionaria a la que Marx convocó. Con tal fundamento ideológico, no en vano los socialismos reales que emergieron en los países comunistas a partir de la Revolución Bolchevique, en 1917, se convirtieron en los más inicuos totalitarismos que la humanidad haya conocido.

Los modos de producción como factor determinante del cambio, que para Marx tiene valor trascendental, podría ser válido únicamente en la escala de una civilización que posee un ritmo pausado de cambio tecnológico. Él no tuvo la ocasión de vivir en nuestra época de una permanente innovación y transformación tecnológica para darse cuenta de lo relativo de su teoría dialéctica. Aunque todo poderío económico depende de la tecnología, en una época de tanta oferta tecnológica, la tecnología que prevalece está protegida por el poder del capital.

Desde nuestra actual perspectiva podemos decir que la visión de Marx no corresponde a la realidad. Quiso liberar al proletariado de su condición de explotación, pero su visión fue una mera elaboración de su mente. Ésta produjo ideas como burguesía, proletariado, explotación, medios de producción y lucha de clases como una forma de explicar la realidad. Pero el problema que enfrenta toda ideología es que, a pesar de que los seres humanos tenemos acceso a la realidad mediante nuestra limitada experiencia mientras emplea el pensamiento lógico y abstracto, es una tarea muy difícil llegar a comprenderla cabalmente. Más aún lo es poder modificar la realidad para adecuarla a nuestro ideal.

Las ideologías políticas totalitarias llevaron hasta las últimas consecuencias las ideas del orden político en función de la clase social, la nación o la raza. La sombra de Platón envolvió las manifestaciones totalitarias. En plena época de la manipulación tecnológica la estructuración del areté platónico fue el objetivo de la ingeniería social. En la búsqueda de estos fines, el papel de la libertad pasó a segundo plano. A una vaca le basta un prado verde para sentirse contenta, sin importar que esté cercado por alambre de púas. Lo que conviene es la acción del Estado para promover la felicidad de los seres humanos, sin importar, por otra parte, si hay también que eliminarlos brutal y científicamente para conseguir dicho propósito. Las “buenas” intenciones tras el endiosamiento del Estado, compartidas por los líderes que lo representaban, provocaron las tristes catástrofes socio-políticas del siglo XX, por todos conocidas.


El individualismo


La ideología opuesta a la clase social y a los totalitarismos de cualquier color ha sido el individualismo. Según ella, el individuo existe para sí mismo, independientemente del grupo social, y el Estado no puede interferir con su acción. Esta ideología surgió de la tendencia exagerada a suponer que la identidad personal consigo misma es igual a ser objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés personal, sin reparar necesariamente en el bien de los demás ni en la acción colectiva hacia cada uno. Más bien, Adam Smith (1723-1790) supuso que existe una relación causal entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo si se deja que las leyes del mercado operen libremente.

El individualismo, que tuvo su inicio en el Renacimiento, y más precisamente con Maquiavelo, adquirió coherencia teórica con el empirismo, escuela filosófica inglesa de los siglos XVII y XVIII, que se oponía a una metafísica de verdades inmutables, eternas, necesarias y universales. El empirismo afirma que las verdades son adquiridas y que únicamente la experiencia sensible decide lo que es la verdad, como también el valor, el ideal, el derecho, la religión. El conocimiento se limita a la experiencia inmediata de la realidad sensible, negando la posibilidad intelectual de la abstracción. Puesto que la experiencia no tiene término, la verdad nunca concluye, siendo todo relativo. El sentido adquiere hegemonía sobre lo inteligible, lo útil sobre lo ideal, lo individual sobre lo universal, el tiempo sobre la eternidad, el querer sobre el deber, la parte sobre el todo, el poder sobre el derecho.

Locke abordó, en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1650), la problemática del conocimiento humano develada por la duda cartesiana, desencadenando una contienda en torno a su fundamento, certeza y extensión, lo que imprimió su sello a toda la especulación de los siglos XVII y XVIII. El primer problema que se planteó fue acerca del origen del conocimiento, afirmando correctamente que en nuestra mente no existen ideas innatas. Por el contrario, para él la mente blanca, limpia y sin idea alguna se provee de éstas exclusivamente por medio de la experiencia. Puesto que éstas son eminentemente subjetivas, variando de sujeto a sujeto, Locke renunció al conocimiento de verdades objetivas y menos de verdades absolutas. Aquello que subyace en el proceso del conocimiento es el individuo.

El individualismo supone que el individuo es libre porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad de actuar o de no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. Ciertamente, dicha capacidad la pueden ejercer todos los organismos vivientes con sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos la determinación de la voluntad de Hume por la concepción hobbesiana de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de felicidad. Como mejor se expresa esta ideología es en la economía liberal, la cual sostiene que la libertad se puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. En la actualidad, renunciando a los postulados del liberalismo político, es posible la coexistencia del liberalismo económico con una política autoritaria, donde la libertad humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado, sin inmiscuirse en las decisiones políticas.

El individualismo es en realidad una abstracción de la naturaleza de la persona para explicar, según las escuelas inglesas de pensamiento –empirismo, positivismo, utilitarismo–, la relación entre los seres humanos y la de éstos con las estructuras social y política. Evidentemente, al ser una abstracción, se omite la complejidad del ser humano. Desde Hobbes, pasando por Bentham, hasta nuestros días los individualistas, buscando explicar el ser humano desde un punto de vista de una abstracción de la idea de persona, llegan a una aberración. En el Renacimiento apareció la idea de que el ser humano puede hacerse a sí mismo, desvinculado de toda autoridad religiosa o moral, en clara oposición al platonismo. Con los filósofos políticos ingleses, la idea de “individuo” pasó a referirse al ser humano en su relación con el Estado y con los otros seres humanos dentro de la sociedad civil. El énfasis fue puesto en dos aspectos: 1º su propia finalidad que le es tan exclusiva que no necesita de otros seres, 2º el respeto y la no interferencia a la acción de los otros seres humanos en la suposición de que cada cual anda tras lo suyo. Ya se subraya en Hobbes la idea de que la finalidad que cada uno persigue es su propia felicidad. Con Bentham, esta felicidad puede ser cuantificada en algo parecido a unidades discretas de felicidad que pueden ser intercambiadas y hasta acumuladas. Ambos aspectos relegan al Estado al papel de proteger la acción “libre” de cada individuo tras su propia felicidad.

La idea individualista de que el objetivo de la acción individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la solidaridad y la cooperación ciudadana. Aquella idea está detrás de la práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como suficiente la representación de los intereses individuales. Por el contrario, un ciudadano no debe suponerse a sí mismo sólo como un votante de sus propios representantes en la polis, quienes tendrían por misión velar por los intereses individuales de sus votantes. Por el contrario, si en una democracia la misión de un representante es velar principalmente por el bien común, entonces la misión política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las elecciones, sino que la acción política de este ciudadano se refiere a su participación en la construcción de ese bien común, considerando además que este bien común podría contradecir en ocasiones el interés individual del ciudadano en cuestión. También en este sentido la institucionalidad política de una nación no debe encasillarse en burocracias, sino que debe tener sus puertas abiertas a los movimientos participativos de los ciudadanos.

La explicación es que el concepto “individuo” no define al ser humano en su relación con la estructura sociopolítica. Éste es mucho más que individuo. Es esencialmente “persona”. Por persona podemos entender que el ser humano no sólo tiene objetivos que le pertenecen, sino que también tiene la capacidad intelectual de razonar y querer lo que él mismo determina o decida. El razonar no es un ejercicio puramente lógico, como el que efectúa una computadora y que siempre entregará los mismos resultados. El pensamiento de una persona es también abstracto y se enmarca dentro de la complejidad de valoraciones propias de la cosmovisión que cada persona llega a generar en el curso de su vida y por la que su acción se inscribe en el ámbito moral. 

Lo que una persona persigue no se identifica necesariamente con la “felicidad” si acaso ésta fue alguna vez definida apropiadamente por los empiristas. La felicidad trata de la acción intencional y libre. Sólo cuando la persona puede actuar libremente puede ser feliz. Además, no sólo cada persona tiene sus propias vivencias, acumula sus propias experiencias y construye su propio mundo cognoscitivo, también se desarrolla dentro de una comunidad y produce incontables relaciones y vínculos con ésta. La sociedad civil sólo llega a identificarse con la máxima extensión que alcanza una comunidad que posee un gobierno común, pero ella contiene numerosos grupos, pudiendo la persona relacionarse de variadas maneras con muchos de éstos.

El individuo, como abstracción, opacó la multifuncionalidad del ser humano, quien, como persona, tiene una gran capacidad para interactuar, cooperar, asociarse de múltiples formas con sus semejantes y las cosas, y ser solidario hasta el punto de efectuar grandes sacrificios desinteresadamente y mantener indefinidamente sólidas lealtades. La acción personal es normalmente solidaria y busca el bien del otro. Una acción solidaria es propia de un adulto responsable y está alejada de un niño consentido. Un ser humano es más él mismo mientras más esté interconectado con sus semejantes. Un ser humano se autoestructura a sí mismo a través de su acción solidaria. A través de esta acción un ser humano puede encontrar su felicidad. El fundamento de la multifuncionalidad humana es la libertad. Ésta consiste en actuar según una intención consciente ligada a una finalidad razonada. La acción humana es libre porque existe deliberación razonada antes de la acción. La libertad humana es la capacidad para actuar intencionalmente según la propia voluntad racionalmente determinada. La libertad plena se expresa en la cosa pública, y ésta depende de aquélla para estructurarse. La libertad reducida a expresarse en el mercado es su forma más elemental.

En contra de los supuestos que dieron origen tanto a la ideología del totalitarismo como a la del individualismo, podemos pensar que la felicidad no es propiamente la finalidad de los seres humanos, sino que el ejercicio de la libertad es tal finalidad, siendo la felicidad sólo el efecto de la libertad. Como consecuencia del actuar libremente, se es feliz. Por lo tanto, la finalidad propia del Estado es la promoción de los derechos humanos, estando dentro de los primeros el respeto por la vida y el garantizar la libertad individual. Ello supone la concepción de que el ser humano no sólo es libre para vivir, sino que se le debe otorgar autonomía y oportunidades para desarrollar su vida como él mismo elija, siendo su acción libre la causa de su felicidad.


El Estado neoliberal


Salvo en flancos marginales, la Guerra Fría no fue bélica, sino que de modelos económicos antagónicos de desarrollo, y se dio entre el trabajo y el capital. Lo que estuvo crudamente en juego fue, por una parte, la posibilidad de cada Estado para acumular capital e intervenir en la economía nacional en busca de desarrollo económico junto con asegurar la independencia económica de la nación y, por la otra, la demanda de los capitalistas para invertir con plenas garantías en cualquier parte del planeta que les permitiera los mejores beneficios. La victoria perteneció, no a los EE.UU. y sus instituciones políticas y militares, sino que al capital privado como poder financiero radicado en Wall Street y las corporaciones transnacionales, y al capitalismo como modelo de desarrollo económico. Estas dos características han condicionado la estructuración de la nación-Estado contemporánea, transformándola de raíz, pero forzando la conservación de la cáscara de su antigua estructura republicana.

El mote de neoliberal para este modelo de la economía se justifica por un triple hecho. El primero es de carácter eminentemente económico. El capital financiero se independizó del capital productivo, se volvió eminentemente privado, y al poder ser invertido en cualquier lugar del mundo, dejó de tener nación. El segundo es de carácter político y se refiere a que entre las principales funciones del Estado está el proteger al capital privado para que éste pueda acrecentarse y ser un motor del crecimiento económico y favorecer indirectamente la nación. El tercero es de carácter social y cultural que ha llegado a suponer que todas las relaciones sociales y hasta políticas están o deben estar sujetas a las leyes del mercado, constituyendo todo ello la más ridícula y absurda caricatura que alguien pudiera imaginar de la humanidad. El problema es que esto se está transformando rápidamente en la realidad. Un potencial novio resulta ser un comprador en el mercado de las novias, y una novia espera saber cuál de los potenciales novios podrá dejarla más satisfecha en sus aspiraciones; un político busca publicitar su imagen para el mercado de electores, mientras que el elector vota por el candidato que mejor pueda satisfacer sus mezquinos intereses.

El largo periodo de paz después de la Segunda Guerra Mundial posibilitó la acumulación de capital privado como jamás la historia había visto. La empresa transnacional resultó ser más eficiente que el Estado desarrollista y planificador para producir en forma más económica, generar mejores productos y crear mayor empleo. La victoria ha estado estructurando Estados neoliberales en todo el mundo y el país que no se adapta a las nuevas condiciones queda marginado del competitivo sistema globalizado y queda sumido en el subdesarrollo y la anarquía.

Al Estado neoliberal le conviene adoptar el sistema democrático, pues permite reducir el tamaño del aparato estatal al asegurar las libertades civiles, las que, no obstante, se restringen significativamente al mero ejercicio de la libertad económica individual de comprar y vender en un mercado por lo demás supuestamente libre.

El Estado neoliberal se caracteriza porque pasa a depender del capital privado para desarrollar la economía y proveer un mayor empleo para la población nacional. El empleo asegura el orden y la paz social. Sin embargo, la inversión de capital impone ciertas reglas al Estado. Le exige garantías contra la expropiación de la inversión, seguridad en el retiro de las utilidades, impuestos reducidos, disciplina de la masa laboral, bajos aranceles, control severo de la macroeconomía, infraestructura vial, portuaria y de comunicaciones, estricta paz y orden. En la medida que el capital comienza a dictar la política nacional, se va reduciendo la participación ciudadana en la política.

El capital es invertido en alguna actividad económica siempre que exista objetivamente alguna ventaja comparativa que posibilite la producción de bienes y servicios competitivos. En ausencia de proteccionismo arancelario la competitividad alcanza la escala global. Un producto que tiene mercado local tiene también mercado internacional, pues en el mismo mercado local compiten los productos del resto del mundo. Así, si un producto es competitivo en el mercado local, lo será también en cualquier otro mercado.

La ideología neoliberal es de absoluta conveniencia para el capital, pero a costa de la explotación del trabajo y la expoliación de la naturaleza. El trabajo, incluida la actividad de administración empresarial, debe contentarse con una porción reducida de la torta que se reparte, pues, si no, es reemplazado por tecnología. En la relación con el capital, donde la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, el trabajo queda en una situación absolutamente desvalida. Por su parte, la naturaleza sólo puede aspirar al desarrollo sustentable, que implica el término de este modelo, para no quedar expoliada del todo. Además, el capital privado se acumula aún más sobre la base de la apropiación gratuita de la naturaleza (suelo, subsuelo, especies vegetales y animales, agua, aire), que es un patrimonio tanto nacional como de la humanidad. Mientras tanto, la inversión de capital sigue, sin tregua, redituando a su poseedor, quien se torna en un ser muy poderoso y que no rinde cuentas a nadie.

Desde el punto de vista político, la ideología neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias económicas. Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su disponibilidad de efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su propia fuerza trabajo, según las leyes del mercado. Sin embargo, puesto que la ideología neoliberal no favorece al trabajo, del cual sobrevive la mayoría de la población, que es la misma mayoría ciudadana, necesita un rebajamiento de las libertades políticas. El Estado neoliberal ha pactado con el capital para asegurar el empleo, pero ello a costa de una lánguida expresión política puesta en acción para votar cada dos años representantes políticos que no elige. La libertad económica ha suplantado la libertad política. Las condiciones que posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.

Para que un Estado se torne neoliberal se ha requerido un golpe férreo de timón que ha tenido como efecto reducir la participación ciudadana en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún más desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda reducida prácticamente a votar por el candidato impuesto por la clase política, por lo que muchas veces el voto es meramente de castigo: se vota en contra del candidato más que en favor de su oponente. La democracia neoliberal adquiere una estructura puramente formal, y no logra ser el gobierno del pueblo.


Conclusión


Entre el platonismo (que propugna que el objetivo del Estado es promover la virtud de los individuos en la suposición que tienen una naturaleza mal inclinada) y el liberalismo (que supone que cada individuo sabe mejor lo que le conviene para alcanzar la felicidad, siendo entonces el objetivo del Estado asegurar la libertad de cada cual) debe encajarse el hecho que una persona no es ni tan malévola ni tan libre como se pretende. El hecho es que toda persona nace tan desvalida que requiere de cuidados que ningún otro animal demanda, a la vez que tiene potencialidades casi ilimitadas. De este modo, una persona se desarrolla durante toda su vida y, en especial, durante su niñez (cuando se la debe formar y educar) y durante su adolescencia (cuando, por carecer de discernimiento pleno, no se la puede hacer plenamente responsable de sus actos). En segundo lugar, la cultura, precisamente en su función formativa y educadora, condiciona la acción intencional de una persona, en especial, aquellas acciones que tienen alcance social. Existen culturas que inhiben la identidad del individuo consigo mismo, tendiendo éste a considerarse a sí mismo como una parte de un todo mayor que él. En tercer lugar, los mismos individuos varían en inteligencia, conocimientos, sentimientos y emociones dentro de una amplia gama.

Muchas preguntas emergen de estas consideraciones. Algunas son las siguientes: 1º ¿Por qué todos los individuos pueden relacionarse con el Estado? 2º ¿Qué parte de la persona se vincula con el Estado? 3º ¿Qué tiene todo individuo que deba merecer del Estado el respeto a sus derechos fundamentales, al margen de las variaciones individuales que pudieran existir? 4º ¿Hasta qué punto el Estado tiene el deber de asistir al desarrollo personal de los individuos? 5º ¿Por qué se debe obedecer al poder estatal? 6º ¿De dónde le viene a la mayoría el derecho de imponer el mandato a la minoría, incluso hasta llegar a la dictadura de las masas? 7º ¿Qué es lo que los individuos deben dirimir con su voto en cualquier consulta popular? 8º ¿Le cabe alguna responsabilidad a un individuo por emitir su voto?



------------
NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro IX, La forja del pueblo (ref. http://www.forjapueblo.blogspot.com/), Capítulo 4. La estructuración sociopolítica en evolución.